domingo, 12 de julio de 2015

La confianza de que será algo eterno.

El otro día divagaba con un amigo sobre los genios. Concluimos que, aunque existan, sólo pueden serlos una vez muertos. Javier Krahe ya es un genio.
Le conocí como sólo puedes conocer a un genio, en un viejo casette que guardaba mi padre entre su extensa colección de música. Probablemente el nuestro fuera un idilio condenado a producirse, y como sólo puede suceder con el amor el nuestro fue a primera vista. A primera oída en este caso.
No sé si sería la berborrea, el gracejo o la ironía, pero Javier me ganó, como a la mayoría, en la Mandrágora. Con la única diferencia de que yo llegaba con 20 años de retraso. Porque no tarde, nunca es tarde para descubrir aquello.
Como cualquier poeta o mago de la palabra, que eso era en definitiva Krahe, era un libro que jamás se termina de leer. Que te sorprendía a cada página que descubrías. Más tarde y de rebote, escucharía su mítico "dónde se habrá metido esta mujer" con risas de uno de mis tíos de fondo. Curiosamente, varios años después su hijo, mi primo, me pasaría un CD recopilatorio con varios géneros cuya primera canción no era ni más ni menos que "Don Andrés Octogenario". Lo dicho, condenados a entendernos.
Krahe no sólo es y será un genio,también fue una gran persona. No hacía falta conocerle tú a tú para saber que bajo esa ala de loco cuerdo, bajo la pluma de sátiro, bajo el mordaz humo de sus cigarros se escondía un hombre sabio, bondadoso y profundamente empático. Decía Sabina que era un genio que no nos merecíamos. Yo añado, que nunca comprendimos. Un hombre adelantado a su tiempo que también es el nuestro. Un mal cantante y un peor guitarrista que se ganó la vida trovando como sólo los genios saben.
Curiosamente, nuestro idilio iba a culminarse hace poco más de dos meses. Mi padre y yo sopesábamos la idea de ir a uno de sus conciertos. De esos que no valían más de lo que la gente tiene, como él mismo decía y se preocupaba. Al final optamos por ir a ver a Faemino y Cansado pensando que era más probable que esos dos se cansasen de actuar a que Krahe muriese. Nos equivocamos. Él que jugó y habló tantas veces con y de ello. Él que le escribió una oda a la hoguera. Él que señaló con el dedo a los hombres blancos con lengua de serpiente. Él que defendió la libertad, la individualidad del ser,  el gozo y disfrute de la cultura, de la vida. Él que lo cuestionaba todo, que se enfadaba y reconciliana con Dios. Él que nos daba lecciones sin darse cuenta. Él nos deja cuando más le necesitábamos. Krahe muere, pero nace el genio. Porque los genios no mueren. Los genios nacen.

Quien sabe, tal vez desde algún rincón de Zahara de los Atunes, Javier nos dejase con un disco rayado de Brasans sonando de fondo mientras sostenía un cigarro y una copa con cada mano. Con "la muerte abrazándole de algún modo especial...lo que tampoco es paja"